Obras escogidas de Ventura de la Vega de la Real Academia Española

Obras escogidas de Ventura de la Vega de la Real Academia Española

Obras escogidas de Ventura de la Vega de la Real Academia Española

  • Autor:
    Ventura De La Vega
  • ISBN:9788497704069
  • Categoría:Biografías, literatura y estudios literarios; Calificadores de LUGAR; Obras de teatro, textos teatrales; América
  • Temática:Obras de teatro, textos teatrales, Argentina
  • Páginas:45
  • Idioma:Español / Castellano
  • Editorial:Vision Libros
  • Código de Producto:793
  • Disponibilidad: Disponible
  • Formato de este producto: PDF
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TOMO I

Elogio fúnebre Del Excmo. Sr. D. Ventura de la Vega de la Real Academia Española. Leído en la junta del Jueves 23 de febrero de 1866 por el General Pezuela, Conde de Cheste.

Cumpliendo con el deber, honroso y grato para mí, de escribir el elogio fúnebre de nuestro difunto compañero el Sr. D. Ventura de la Vega, os lo presento ahora; si bien desnudo de las galas de imaginación y estilo con que le hubiera enriquecido cualquiera otro de los sabios varones entre quienes tengo la honra de sentarme, con merecimiento escaso en la república de las letras, revestido tal vez del curioso y puntual recuerdo de varios accidentes de la existencia del caro amigo con quien pasé mi infancia y las floridas horas de la primera juventud. Esto sin duda tuvo presente la Academia para confiarme la comisión que hoy desempeño. Pero si tal circunstancia facilita por una parte mi trabajo, no deja de ofrecer por otra el grave inconveniente de que yo vea la figura que retratar me propongo, acrecida por el cristal de mi cariño y con los colores de mi entusiasmo apasionado. Trataré de describirla, sin embargo, con imparcial criterio; y en cumplimiento de nuestros estatutos, voy a haceros, no el juicio crítico de las obras del literato insigne, sino la necrología del malogrado académico; y digo malogrado, porque la muerte nos le quita, a los umbrales de fresca ancianidad, cuando su imaginación, todavía vigorosa, dirigida por el saber y la experiencia, prometía aún sazonados frutos que hubieran enriquecido el no muy copioso caudal de nuestros buenos libros contemporáneos, contribuyendo a la gloria de las bellas letras en nuestros feos días de materialismo, ciñendo al propio tiempo con nuevas coronas aquella frente que todos recordamos, y en que parece como que hervían los gérmenes del ingenio, de la imaginación y del talento. ¡Triste recuerdo para nosotros, que, ya ancianos casi todos, hemos perdido en brevísimo tiempo a cinco de nuestros más ilustres compañeros! ¡Ay! El más duro de los males de la vejez desapiadada es ver cómo se van borrando uno tras otro del libro de la vida los nombres de los seres amados con quienes hicimos las primeras alegres jornadas del viaje por el mundo, y encontrarnos poco a poco solos, hasta no tener más compañía que nuestros achaques, ni más halago que nuestros melancólicos recuerdos. Perdonadme este desahogo del dolor que me causan dos heridas por las que aún vierte sangre el corazón: la que todos estáis sintiendo todavía, y la que yo añado a ella con la pérdida de un hermano querido, que también compartió con el amigo de que voy a hablaros los dulces juegos de la niñez y el punzador cuidado de las aulas.

Nació D. Buena Ventura de la Vega en Buenos Aires, capital del entonces virreinato español, el día 14 de julio de 1807. Fueron sus padres D. Diego de la Vega y doña María de los Dolores Cárdenas. El primero fue destinado desde España a aquella ciudad con el empleo de contador mayor, decano del Tribunal de cuentas y visitador de Real Hacienda, y la segunda había nacido en ella, de una familia noble, establecida allí hacía largo tiempo. Esta señora, que hoy octogenaria vive todavía en su patria, y que ha sido dotada por el cielo de imaginación vehementísima y de carácter activo y varonil, perdió a su esposo a los cinco años de nacido su primogénito, y seis después tuvo valor para separarse de éste; y celosa de su educación, y esperanzada con la herencia de bienes en España que un amigo de la familia había prometido al pequeño Ventura una sola vez, acariciándole delante de la entusiasta madre, le mandó a la Península en compañía de un sacerdote su conocido, que se embarcó con el navegante de once años el día 1.º de julio de 1818, no sin haber hecho éste una resistencia que en su tierna edad revelaba ya las dotes de que en adelante había de dar tan singulares muestras en las asambleas, academias y teatros.

Llevado el rapaz el día anterior, a la fuerza y en hombros de un esclavo, al atravesar la plaza Real, alzó su vocecilla y en son declamatorio y con acento expresivo gritó, extendiendo sus bracitos por encima de las negras espaldas de su opresor membrudo: ¿Qué, no me defendéis? ¿No estáis viendo que con pretexto de educarme me van a llevar a la patria de los tiranos godos? ¡Favor! ¡Favor! ¡Salvad a un ciudadano indefenso! Y tal efecto produjo entre los circunstantes lo sentido de sus palabras de hombre, que acompañó bien pronto con los sollozos y lágrimas de niño, que fue detenido, y hubo de intervenir la autoridad, y ser indispensable que al otro día prestara su asentimiento para el largo viaje el orador insigne, amansado con golosinas, juguetes y promesas de acompañarle de la pobre madre, que ni había de cumplirlas nunca, ni de estrechar más contra su pecho al hijo de sus entrañas, que dio a luz en días de tribulación, fugitiva de su propia casa, oculta en la choza de una humilde campesina, uniendo en pobre lecho a la congoja y los sustos de su estado los que producía en las calles de la ciudad el temeroso ruido de la revolución y de las armas.


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