Nativa

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  • Autor:
    Eduardo Acevedo Diaz
  • ISBN:9788497700245
  • Categoría:Ficción y temas afines; Ficción: general y literaria
  • Temática:Ficción moderna y contemporánea: general y literaria
  • Páginas:53
  • Idioma:Español / Castellano
  • Editorial:Vision Libros
  • Código de Producto:790
  • Disponibilidad: Disponible
  • Formato de este producto: PDF
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- I - TIEMPOS VIEJOS

Allá por los años de 1821 a 1824, cuando la nacionalidad oriental aparecía aún incolora casi atrofiada al nacer por rudísimos golpes capaces de producir la parálisis o por lo menos la anemia que se sucede siempre a la postración y al prolongado delirio, -la libertad de la palabra escrita no alcanzaba tal vez el vuelo de una campana, y por el hecho la propaganda tenía límites circunscriptos a un círculo popiliano -estrecha, somera, recelosa, lapidaria, espantadiza como ave zancuda que se abate en una loma en donde no hay para ella alimento, y al pretender remontarse a los aires se arrastra primero azotando el suelo con la punta de las alas y prorrumpiendo en desafinadas notas. Era este un fenómeno natural. Toda resistencia había cesado desde hacía pocos meses, y la robusta sociabilidad que sangrara por cien heridas durante cerca de dos lustros para darse su autonomía propia o recuperar su equilibro primitivo, había sido asimilada por un poder mayor, a título de Estado Cisplatino. Desde luego, esta sociabilidad había sido atacada en sus fundamentos, en sus tradiciones, en sus costumbres, en su idioma, en sus propensiones nativas -sustrayéndosela a la vida solidaria de sus congéneres por la razón de la fuerza y la lógica de la conquista. Explícase así entonces, por qué la libertad del pensamiento no gozaba de más espacio que el que recorre una flecha; cuando a semejanza del ave viajera -sentada apenas la planta- no emigraba con sus intérpretes a mejores climas.

Este estado de cosas se debía en mucho a la política observada por el señor de Pueyrredón y por el Dr. Tagle; quienes, adversarios decididos de don José Gervasio Artigas, hombre de gran influencia personal y política en todas las provincias del litoral uruguayo, y por lo mismo entidad poderosa, habían logrado con astuta diplomacia atraer sobre el territorio oriental una invasión, que fue portuguesa, como pudo ser de otra nacionalidad cualquiera que se hubiese prestado a la aventura, -quizás al solo objeto de quebrar por siempre la prepotencia del caudillo, y no con el de entregar al extranjero la más rica zona del antiguo virreinato.

Al proceder así, el Directorio de Buenos Aires se consideraba débil e incapaz materialmente de dominar con sus elementos propios el exceso de energía de la misma revolución a quien debía su existencia, -exceso encarnado en la personalidad de Artigas, que por entonces desempeñaba una función formidable en su médium propio, por inspiración nativa, como resultado lógico de la ruptura de los vínculos coloniales, sin atingencia tal vez con el ideal de los pensadores y con estricta sujeción a los impulsos instintivos de la masa ajena a los cálculos y convenciones arbitrarias de los gobiernos-. Pero, que la ocupación del territorio oriental por un ejército portugués -compuesto de tropas escogidas que habían luchado con las de Napoleón Bonaparte en la península- no podía ser convencional, temporaria o transitoria, lo constataron bien pronto los hechos por el carácter mismo que revistió la ocupación, por los actos significativos que se sancionaron y por la actitud de resistencia activa asumida por los orientales, cerca de cinco años después de vencido Artigas; actitud que el gobierno argentino se vio en el caso de segundar vencido a su vez en el terreno de los hechos y de las ideas, borrando con el codo de la fuerza bruta lo que había hecho la mano de sus nerviosos diplomáticos. -El señor de Pueyrredón y el doctor Tagle -estadistas de circunstancias- creyeron acaso de buena fe, mirando los hombres y las cosas con el catalejo de su época, no con el lente de que en estos tiempos nos servimos hasta para observar nebulosas, -que la personalidad de Artigas resumía todo lo que ellos consideraban el mal de la época; y que, abatida esta personalidad, la parte dañada del organismo entraría en cicatrización: lo que equivalía a decir que el caudillo se asemejaba en cierto modo a un tumor en el cerebro, que una vez extirpado devolvería con el equilibrio exigible la marcha normal a sus funciones.


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