Viaje a Italia

Viaje a Italia

Viaje a Italia

  • Autor:
    Leandro Fernández de Moratín
  • ISBN:9788497705592
  • Colección:Clásicos de la literatura
  • Categoría:Biografías, literatura y estudios literarios; Estilos de vida, aficiones y ocio; Textos antiguos, clásicos y medievales; Viajes y vacaciones
  • Temática:Literatura de viajes, Textos antiguos, clásicos y medievales
  • Páginas:149
  • Idioma:Español / Castellano
  • Editorial:Vision Libros
  • Código de Producto:300
  • Disponibilidad: Disponible
  • Formato de este producto: PDF
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Viaje a Italia 1.º
Dover, Ostende, Bruselas, Colonia, Francfort, Fribourg, Schaffausen, Zurich

De Londres a Dover 70 millas; se halla primero a Rochester, después a Cantorberi, ciudades considerables; la última, famosa por su Universidad y su obispo, Santo Tomás Cantuariense. Buen camino acercándose a Dover, pocos árboles, muchos pastos, tierra quebrada que continúa así hasta el mar. Dover, ciudad de bastante población y tráfago con un puerto muy concurrido de navíos mercantes, pero de muy poco fondo, tanto que los paquebotes tienen que esperar la alta marea para fondear dentro dél. La ciudad es de forma muy fea e irregular aunque no deja de tener casas muy buenas entre muchas viejas y de mala construcción, no goza de otra vista que la del mar, por estar cercada de montes por parte de tierra. En la altura de uno de ellos se ve el antiguo castillo, muy grande y bien conservado, que domina el puerto, la ciudad y el mar. Es digna de atención la construcción física de los montes que rodean a Dover y en ninguna parte he visto masas tan enormes de depósitos marinos. Todos ellos son calizos, pero sin la menor mezcla de otras tierras; el embate del mar ha arruinado gran parte de ellos, dejando un corte perpendicular donde no se ve ni una capa siquiera que interrumpa la tierra, y piedra caliza blanquísima de que se componen. Desde Dover se ve sin auxilio de anteojo la costa de Francia y la ciudad y castillo de Calais.

6. Antes de llegar a Dover hallamos un carro con un grande ataúd en que llevaban a Mister..., coronel inglés muerto de un balazo en el sitio de Valenciennes, que iba a buscar la fama póstuma por medio de un epitafio al rincón húmedo y oscuro de una capilla.

7. Viento contrario. Me divierto en ver embarcar para Ostende clérigos y ex-frailes franceses desaliñados, puercos, tabacosos, habladores; tan en cueros como el día en que llegaron y tan a oscuras de lengua inglesa, al cabo de dos años, de manosear el diccionario como la madre que los parió y repitiendo para su consuelo aquello de «¡quommodo cantabimus canticum novum in terra, aliena!». Todos ellos iban cargados con sus breviarios y todos muy persuadidos de que lo mismo es tomar los Alemanes a Condé y Valenciennes que tomar ellos sus conventos y hallar prontas la refección y la botella en sus profanados refectorios. Detiénese mi marcha, al anochecer tempestad.

8. Buen viento, pero el diablo lo enreda de manera que me quedo todavía en Dover. Reniego, me harto de tabaco y me meto en la cama.

9. Salgo, en fin, a las diez y media de la mañana en un paquebote. Buen viento, mucho miedo, llego a las cinco de la tarde a Ostende. Calles anchas, limpias y bien empedradas, las casas nuevas que hay bastantes, particularmente cerca del puerto, muy buenas; las antiguas, mezquinas y ridículas. Nuestros venerables abuelos no fueron los más duchos en esto de proporciones y belleza simétrica. Buen puerto con muchos y grandes navíos; en una de sus orillas, hay una especie de veleta dorada con el escudo imperial, puesta sobre un palo muy alto y abajo un pedestal con esta inscripción: «ob laetum Austriacum anno MDCCXC reditum, studio et amore prius erectam, dein ut impiis regicidisque salvetur manibus, furtim abditam, sacrilegis jam expulsis, aquilam hanc ex voto piscatores denuo ponunt die XIX Calendarum Maji MDCCXCIII». He dicho que la citada inscripción está en un pedestal; pero como éste no es de pórfido, piedra granadina ni otra materia durable, sino de lienzos pintados sobre un armazón de madera, me pareció de absoluta necesidad copiarla, temeroso de que al volver dentro de media hora la hallase enteramente destruida por el tiempo devorador.

10. Salgo a las cuatro y media de la tarde para Brujas y emprendo mi viaje por un canal como tres veces más ancho que el de Manzanares. Hermosa llanura a un lado y otro, regada por mil partes con sus aguas, cultivada perfectamente, abundante en mieses, prados y arboledas, con muchas poblaciones y caseríos. No hallé barcos de transporte en todo el camino, lo que me hace creer que si una obra tan costosa y magnífica como aquélla ha producido ya ventajas considerables a la agricultura, aún falta que proporcione a la industria y al comercio las muchas que de ella deben esperarse. Tuve la felicidad de hallar en la barca dos religiosos capuchinos, encuentro que me llenó de consuelo, puesto que en el espacio de un año, ni en Francia ni en Inglaterra, vi otros que los que sacan al teatro para hacerlos servir de ludibrio entre la profana mosquetería. En este país por el contrario son respetados como es razón y los dos que iban en la barca los hallé muy gordos y fornidos, prueba de que en Flandes hay fe y temor de Dios. En dos horas con viento favorable llegamos a Brujas, distante 4 leguas de Ostende.

Es ciudad grande y su caserío conserva el antiguo carácter de la construcción flamenca, las fachadas de las casas rematan todas en un triángulo muy agudo, con unos escaloncillos laterales como para colocar en ellos tiestos o santos, de modo que mirando una fila de casas parecen por la parte superior empalizadas de trinchera o una guarnición de zagalejo con tantos picachos y recortaduras. Las calles son bastante anchas, llanas y limpias; hay una plaza con un grande edificio moderno de buen guto, aunque parece mejor de lo que es por el cotejo de los demás. En una casa antigua vi sobre la puerta las armas de España. Un viajero observador halla en Flandes no pocos monumentos de nuestra antigua dominación y lo primero que me dio en los ojos fueron las capas y las mantillas. ¡Extraña diferencia de estilos! En Inglaterra no se ve ni un Cristo, ni una Virgen, ni un Santo en sus iglesias que parecen habitaciones sin inquilinos y en Flandes los Cristos, las Vírgenes y los Santos se revierten de las iglesias, salen a los cementerios y adornan las puertas de las casas y los esquinazos en las calles y plazas públicas.


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