Las edades de la vida y la pregunta por el sentido 2

Las edades de la vida y la pregunta por el sentido 2

Las edades de la vida y la pregunta por el sentido 2

Hombre: La promesa no se cumple. Anciano: Amor y dolor de ser hombre

  • Autor:
    Francisco Seoane
  • ISBN:9788498697766
  • Colección:Terapias alternativas y autoayuda
  • Categoría:Filosofía y religión; Salud, relaciones y desarrollo personal; Sociedad y ciencias sociales; Filosofía; Autoayuda, desarrollo personal y consejos prácticos; Psicología
  • Temática:Filosofía, Psicología humanista, Autoayuda, desarrollo personal y consejos prácticos
  • Tamaño:170 x 235mm
  • Páginas:312
  • Idioma:Español / Castellano
  • Interior:B&N (Estándar)
  • Editorial:Liber Factory
  • Código de Producto:2704
  • Disponibilidad: Disponible
  • Formato de este producto: Papel
  • También disponible en:
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  • Sin Impuesto:21.93€
Del presente es grata la actividad; del futuro, la esperanza; y lo más grato el resultado de la actividad, y lo más amable. Todos tienen más cariño a lo que se logra con trabajo. Recibir no es penoso, pero cuesta trabajo hacer el bien. Los progenitores aman a sus hijos como algo de ellos mismos, y conocen a quienes han nacido de ellos mejor que sus criaturas saben de quién proceden; se estrecha más el vínculo del que ha dado que el vínculo de quien ha recibido. Lo que procede de nosotros está más cerca de nuestra sustancia, y así los padres quieren a sus hijos desde que nacen, y éstos a los padres sólo después de cierto tiempo. Los padres quieren a sus hijos como a sí mismos, ya que vienen a ser como otros .
Los padres sienten que en el hijo hay más de lo que ellos han puesto, que es un bien confiado a ellos, un don de la vida que no lo cambiarían por el mundo entero. Mirando cara a cara a tu hijo ¿estarías seguro de haberle dado la existencia? ¿No tendrías por ello un sentimiento de pudor, de inseguridad, de temor? La vida se revive en los hijos, se empieza casi a comprender por primera vez la propia vida. Un hijo es como un espejo en que los padres se miran, y también el hijo se ve a sí mismo en los padres tal como será algún día.
Pero el padre sospecha: ¿quién sabe si no ha ejercido sobre el hijo una mala influencia? Llegará el momento en que el muchacho tomará sobre sí la culpa paterna y la hará suya por propia decisión. Y al hacerlo se elegirá a sí mismo. Es hermoso que un hijo pueda arrepentirse de la culpa del padre, quien rescate el alma del padre a costa de su felicidad terrena, convirtiendo su vida en una expiación consciente y amante de la vida del padre, que ha hecho de su juventud un suplicio.
Pero hay un peligro: la singular severidad de una educación. ¿De dónde viene que los niños severamente educados no lloren cuando se caen y golpean? De saber que sus padres, si se enteran, encima los castigan. Y ¿por qué? Porque el dolor no es lo definitivo, sino el castigo. Y ¿de dónde viene que una generación adulta, educada severamente en el temor de Dios, aguante tanto sin quejarse?


ANCIANO, SIN TIEMPO SE GUARDA EL CORAZÓN

El anciano ya no participa en su mundo: posee la máxima experiencia que la vida puede otorgar, pero vive tan retraído de su entorno que apenas le sirve de algo. Su sabiduría no es valorada. Podría ejercer un ministerio propio y hermoso siendo inspiración y seguridad para los viajeros jóvenes; pero en gran medida no lo es. No se beneficia del prestigio y autoridad de que estaba investigo en otros tiempos. Hasta es identificado con un pasado más o menos despreciado, y se ve obligado a vivir en un mundo al que le es difícil adaptarse. Lo que ahora domina es la razón científico-técnica, que marcha deprisa innovando y lo adelanta en el camino.
El más joven toma ventaja, lo que contribuye a la crisis de autoridad. ¡Quítate de ahí, viejo! Aunque la raíz reside en la propia condición humana: al recibir la capacidad de engendrar asumió la obligación de retirarse de escena a su tiempo. Los niños dicen a sus padres: "¡Eh!, pensad en retiraros, que también nosotros queremos dar nuestro espectáculo".
En una sociedad rural el anciano vive más integrado, el papel de la familia es mayor, se conocen entre sí con todo su historial y la estructura cultural es más estática. Envejecer es un proceso de distanciamiento, el anciano desempeña cada vez menos papeles en la sociedad. Disminuye el número de contactos. Los cambios al casarse los hijos o al fallecer uno de los cónyuges tienen su repercusión en el ámbito psíquico, y crece el retraimiento de su entorno. Sus amigos, los de su edad, se van quedando en el camino. Es un proceso de soledad.
Tragedia del envejecimiento: se sabe que no hay salida, que se está cogido en la ratonera. La expectación estira el tiempo; el saber a qué atenerse lo contrae: todos los días se parecen, todo ya conocido, la costumbre como segunda naturaleza.
Al final muñeco roto. Lo que la muerte nos inflige lo encontramos anticipado en nuestros ancianos. No sólo su cuerpo, sino su yo, todo lo que hicieron de sí y les hacía hombres, se deshace incluso sin enfermedad ni intervención violenta. Vivir es ir desmoronándose por el camino: pérdida de seguridad, fragilidad, desamparo, miedo, soledad, no valerse por sí mismo, niñez al revés. Esta es su pobreza y desnudez.
Solamente se comprende al anciano desde la totalidad de su vida, caracterizado cada camino por su sello personal.
La ancianidad es tranquila y piadosa, pero triste, a no ser que su corazón sepa cantar.
Entre nosotros los ancianos no poseen una misión especial en la vida, ni están destinados a cambiar la historia. Están aquí, eso es todo, y casi accidentalmente, como cada uno de nosotros, desde el punto de vista humano. Y afortunadamente siguen estando aquí, esto es todo.


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