Catalina

Catalina

Catalina

  • Autor:
    William Makepeace Thackeray
  • ISBN:9788497704205
  • Categoría:Biografías, literatura y estudios literarios; Calificadores de LENGUA; Obras de teatro, textos teatrales; Lenguas indoeuropeas
  • Temática:Obras de teatro, textos teatrales, Inglés
  • Páginas:110
  • Idioma:Español / Castellano
  • Editorial:Vision Libros
  • Código de Producto:542
  • Disponibilidad: Disponible
  • Formato de este producto: PDF
  • 1.35€

    1.28€

  • Sin Impuesto:1.24€
CAPÍTULO PRIMERO

En donde se presentan al lector los personajes principales de esta narración.

Cuando el siglo XVII, de famosa recordación en la historia -después de controversias políticas innumerables, de ejecuciones de reyes, de reformas, de republicanismo, de restauraciones, de rerrestauraciones, de comediografía brillante, de no menos brillante oratoria sagrada, de oliverismo, cromwelismo, estuardismo y aun orangismo-, se hundía en la profundidad de los tiempos para dar paso al valeroso siglo XVIII; cuando el señor Isaac Newton era uno de los tutores de la «Trinidad», y el señor José Addison comisario de la Corte de apelación: cuando el brillante genio que presidía los destinos de la nación francesa había jugado sus mejores cartas y sus adversarios comenzaban a arrastrar con sus respectivos triunfos; cuando en España había dos reyes, de continuo ocupados en huir el uno del otro; cuando había una reina en Inglaterra, la bellaquería de cuyos ministros jamás fue igualada ni siquiera por los de ahora; cuando madama Masham, todavía no habíale roto la ternilla de la nariz a madama Marlboroug; cuando se cortaba las orejas a los que osaban escribir soflamas políticas, en verdad harto inocentes; cuando comenzaban a estar de moda las enormes y complicadas pelucas empolvadas, que hacían parecer el rostro de Luis el Grande, al mostrarse con ella entre las cortinas del lecho, más viejo, más enjuto y más lúgubre cada día... o sea allá por el año 1705, en el glorioso reinado de la reina Ana, llamaban la atención ciertos caracteres y ocurrían aventuras que desde entonces han continuado siendo de la predilección del público, gozando del general aplauso; y una vez que han sido en parte descritas en el calendario Newgatiano, teniendo, como tienen, en su abono el ser agradablemente villanas, deliciosamente repugnantes, al propio tiempo que enormemente entretenidas y patéticas, pueden también con todo derecho reclamar nuestra atención en este sitio.

Y aun cuando pueda argüirse, con sobrada razón, que caracteres agradablemente villanos y deliciosamente repugnantes han sido ya analizados, copiosa y hábilmente, por algunos eminentes autores del día; aun cuando pueda asegurarse, de una parte, que solamente necios petulantes pueden atreverse a escribir sobre asuntos de antemano tratados por hombres de verdadera y merecida eminencia; habiendo de considerar, por otra parte, que tales asuntos han sido descritos con tal prolijidad, que nada puede ya añadírseles; reconociendo, amén de lo expuesto, que el público ha oído decir tanto a propósito de pícaros, ladrones, degolladores, que empieza a sentir indiferencia por ellos; a pesar de lo dicho, nos proponemos desflorar algunas páginas más del viejo calendario de la famosa prisión de Newgate, tan conocida de nuestros lectores, para estremecerlos con unas cuantas escenas de depravación, asesinatos y demás tormentos corporales..., como más no se puede pedir.

En el año de 1705, bien sea porque la reina de Inglaterra se sintiera alarmada ante la posibilidad de que un príncipe francés ocupase el trono de España, bien porque experimentara cierta especial predilección por el emperador de Alemania, ya porque se viera obligada a intervenir en la contienda de Guillermo de Orange, el cual nos hizo pagar y luchar por sus provincias holandesas, o quizá porque el infortunado Luis XIV la temiera de verdad; fuera por la razón que fuese, el caso es que la guerra no llevaba trazas de acabar, y que, por consiguiente, había tanta exhibición de preparación militar, con su inevitable acompañamiento de cuartelismo, reclutamiento, desfiles, ejercicios de tiro, jura de banderas, redobles de tambor y gasto de pólvora, como, en la mente de todos está, en los momentos del año 1801, cuando el ambicioso Corso amenazaba nuestras costas.


Escribir Opinión

Nota: No se permite HTML!
    Malo           Bueno
Captcha