A través de retazos de las vidas de diversos personajes que, por unas u otras razones, coinciden en un tiempo y en un espacio, El orden de las cosas retrata un paisaje sociológico de la España del siglo XX, de la atmósfera asfixiante que en la vida cotidiana obligaba el franquismo a respirar a las gentes, a unas gentes con horizontes vitales, éticos y personales muy limitados y que, a menudo, fueron simultáneamente víctimas y verdugos de la suerte que corrieron. La mirada crítica, acerba en muchos casos, y siempre irónica y teñida de un potente sentido del humor muy variable en su color, permiten abordar la cruda realidad social sin grandes desgarros emocionales para el lector que, de todos modos, entre sonrisa y sonrisa por las situaciones que se le plantean, se verá transportado a unos amargos escenarios de ficción y no ficción donde la dictadura y sus formidables apoyos sociales, institucionales y personales llevaron a cabo su implacable labor de destrucción de redes comunitarias, de represión de la disidencia y de asimilación de las nuevas generaciones.
Sometimiento incondicional, obediencia ciega y sin titubeos, violencia real y simbólica, militarización de la vida, brutalidad en las relaciones sociales y personales, aplastamiento de las posibilidades individuales de realización personal en otros valores, he aquí el programa educativo de unas instituciones sociales concebidas para estabular y uniformar pensamientos y hábitos de vida, para restablecer y mantener establemente el orden de las cosas y para ahogar cualquier posibilidad de surgimiento o de expansión del pensamiento divergente. Y todo ello se hizo mediante una eficaz administración del miedo, miedo que inundó todas las esferas y todos los segmentos de una sociedad en la que nadie podía sentirse totalmente seguro por decisión premeditada de un poder arbitrario.
Así es como la pedagogía de postguerra, pedagogía del miedo, convirtió a muchos ciudadanos en víctimas y verdugos simultáneamente. Pues un programa de control de las conductas de tal envergadura tan solo pudo concebirse y llevarse a la práctica con la participación activa de una multitud de súbditos alienados y colaboracionistas. Y con el secuestro de todas las instituciones.
Y así es como desfilan ampliamente por las páginas de esta obra de ficción, a través de personajes paradigmáticos que se desenvuelven, a menudo, en situaciones ridículas (pero muy verosímiles, por lo que sabemos), que mueven a la carcajada (mostrando así la mentalidad y la mediocridad de muchos de los protagonistas), el ejército franquista, las policías políticas, los servicios secretos, la Iglesia omnipotente, la escuela de los frailes y la nacional, la infancia (con su mirada limpia, simple, sin recovecos, casi siempre víctima y sin embargo casi siempre alegre y juguetona), los omnipresentes frailes y su temible e hilarante dinámica interna, la universidad-institución (ajena, enfrascada en sus cosas, engolada y a menudo ridícula al tratar de envolverse en la bandera neutral de la academia)... y hasta la oposición política y social y sus quehaceres y cuitas, sometidos todos a una implacable re-visión en la que se combinan datos e historia de la realidad de esa triste etapa con la hipérbole humorística, el chascarrillo y la creación de unas situaciones propias de comedia de enredo, que permiten desplegar un humor abrasador, incisivo, sarcástico, gracias al cual es posible desvelar una parte esencial de la terrible realidad vivida en esos años por muchas gentes.
Pero, entre esas formidables paredes de hormigón que se construyeron para encerrar definitivamente a un país y sus gentes, aparecieron grietas, grietas en las periferias, sí, pero que se fueron ensanchando por la acción de otras muchas personas que, a pesar de todo, fueron capaces de decidir hasta cierto punto el rumbo de sus vidas. Gentes que fueron capaces de oponerse al orden de las cosas y que desfilan en esta novela mostrando toda su dignidad, sus debilidades y su capacidad para sufrir el destino que, con frecuencia, les tenían reservado. Gentes que, a su manera, sabían que era necesario resistir, aun sin posibilidades de éxito, para que, más adelante, las nuevas generaciones pudieran retomar su legado y construir un orden diferente en un mundo mejor.