En la puerta Abro la gaveta de mi escritorio, en que voy echando las crónicas que escribo au jour le jour para diferentes periódicos de España y América: escojo algunas, las que me parecen menos frívolas y formo un volumen, un volumen más que entrego a la maledicencia de mis enemigos.
La actualidad me disgusta en términos de que a veces quisiera vivir en una aldea donde no ocurriese nada de particular, y no por ser actualidad sino por lo que tiene de apremiante. Improvisar a raíz de un suceso -cualquiera que sea su índole- me pone nervioso, porque me obliga a soslayar problemas que requieren meditación y estudio. Además, una idea sugiere otra, y el más vulgar asesinato me hace evocar una serie de cuestiones que no conozco sino a medias y que quisiera conocer a fondo. Mi pensamiento viene a quedar en el aire, como quien dice; mi prosa se aprieta para poder condensar en pocas palabras lo mucho que me hormiguea en la pluma y una especie de sed no apagada me hace volver los ojos, ávidos y tristes, hacia el tema apenas desflorado que huye entre el marítimo sucederse de otros temas palpitantes.
A no ser por la obligación contraída con las empresas periodísticas no hubiera borrajeado artículos de tan vario linaje, que me dan cierto aspecto de polígrafo muy lejos de mi manera de ser. Gracias que sepa uno algo de algo. A medida que estudio me convenzo de lo imposible que es abarcar, no ya el árbol entero, sino una simple rama del saber humano. El que mucho abarca poco aprieta, y es verdad. Yo sólo sé a qué libros debe acudirse en un momento dado. No presumo de tenerles en la cabeza, ni siquiera en casa.
Estas crónicas rápidas dan una idea de la vida parisiense, por lo que toca a lo psíquico sobre todo. Leyéndolas, el que nunca haya estado en París -esta Babilonia que a la larga resulta... una aldea- puede sentir impresión análoga a la de ver instantáneas de paisajes que no conoce.
La mayoría, cuando no todos los periódicos escritos en español, se pasan de timoratos y escrupulosos. Así es que me he abstenido de hablar del vicio parisiense, sin duda lo más sugestivo e interesante. Acaso me decida algún día a publicar mis notas... para hombres solos, con lo cual, dicho se está, que las leerán las mujeres. A ver ¿hay periódico que se atreva a publicar un París por dentro sin borrarme una línea? ¡Qué ha de haber!
Paris, 1903.