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HERMOSA Venus que el amor presides, 
y sus deleites y contentos mides, 
dando a tus hijos con abiertas manos 
en este mundo bienes soberanos: 
pues ves lo justo de mi noble intento 
déle a mi canto tu favor aliento, 
para que sepa el orbe con cuál arte 
las gentes deberán solicitarte, 
cuando entiendan que enseña la voz mía 
tan gran ciencia como es la putería. 
Y tú, Dorisa, que mi amor constante 
te dignaste escuchar, tal vez amante, 
atiende ahora en versos atrevidos 
cómo instruyo a los jóvenes perdidos, 
y escucha las lecciones muy galanas 
que doy a las famosas cortesanas. 
Mas ya advertido mi temor predice 
que al escuchar propuestas semejantes 
tu modesto candor se escandalice; 
pues no, Dorisa bella, no te espantes 
que no es como en el título parece, 
en la sustancia esta obra abominable. 
Por mí la serie de los tiempos hable; 
pues siguieron las mismas opiniones 
todos los siglos, todas las naciones, 
y hallarán en el mundo practicados 
mis dogmas por las gentes más ilustres 
de entrambos sexos; no permita el hado 
que la obscena maldad ninguno aprenda 
siendo yo su maestro; el que aún no entienda 
del rígido apetito, no me lea 
a no ser que advertencias pretendiese 
del mal para evitarlo, pues cogido 
puede un incauto ser muy fácilmente, 
del contrario que no es bien conocido. 
Así como se informan los pedantes 
de Galego y de Lárraga, estudiantes 
del homicidio, estupro y adulterio, 
de plétora, aneurisma y esquinencia 
para ahuyentarlo, como dicen ellos, 
con rosario y con pócimas amargas, 
yo no pretendo con arengas largas 
disuadir el amor puro y constante 
de solo a solo, ni romper deseo 
la coyunda que enlaza el Himeneo. 
Sufra el cuello magnánimo y robusto 
su yugo tan pesado como justo, 
y evitará el horror de mis lecciones; 
mas ¡qué de estorbos, oh Fortuna, pones 
para lograrlo! El áspero dinero 
le falta al uno, al otro la licencia 
del superior o el padre muy severo. 
¿Quién bastará a adornar de resistencia 
para que el otro sufra eternamente 
a una mujer fantástica, insolente, 
que fiada en el lazo indisoluble 
tiranamente usurpa el despotismo 
del hombre, su prudencia despreciando? 
¡De cuántos infortunios libertada 
fuera la humanidad si este contrato 
lo anularan violadas condiciones! 
Aunque no permitido, practicado 
vicio que aun hoy ya no es disimulado; 
¡cuántos suspiros, cuántas aflicciones 
ocultas se acallaran si el recelo 
turbara las seguras posesiones! 
Diera yo entonces inútiles lecciones; 
mas pues el mundo sigue este sistema, 
no hay alguna razón para que tema 
el mío establecer. Sin duda alguna 
fuera mejor que el mundo me creyese 
y su amor cada cual diese a la amada 
para siempre en coyunda muy sagrada, 
o en castidad purísima viviese. 
¡Castidad! gran virtud que el cielo adora, 
virtud de toda especie destructora, 
y si los brutos y aves la observaran 
comiéramos de viernes todo el año: 
pero, ¿por qué abrazar el Himeneo?