JORNADA PRIMERA
Sala en casa de don Enrique.	
ESCENA PRIMERA.
DON ÍÑIGO, MOTRIL.	
DON ÍÑIGO	Seas, Motril, bien venido.	
MOTRIL	¿Esa es, Señor, tu alegría?	
Con cara de hipocondría	
a recibirme has salido.	
Cuando vengo de Sevilla	
a verte recién casado,	
¿te hallo tan desazonado?	
¿Has dado librea amarilla?	
Que tu semblante la copia.	
¿Triste ya, casado ayer?	
¿No te agradó tu mujer?	
¿Has caído ya en que es propia?	
¿Has dado en guerra civil?	
¿Echas menos lo soltero?	
¡Te ha salido el dote güero?	
DON ÍÑIGO	No me be casado, Motril;	
que es la congoja en que peno.	
MOTRIL	¡Jesús! Pues ¿quién te curó	
de una boda que te dio,	
estando tú sano y bueno?	
DON ÍÑIGO	En un esquivo tormento	
mi destino me ha enlazado;	
casi estoy desesperado.	
MOTRIL	¿Cómo, Señor?	
DON ÍÑIGO	Oye atento.	
Ya sabes tú la amistad	
que tenemos tan antigua	
don Enrique de Ribera	
y yo. Los dos en las Indias	
tan estrecha la tuvimos,	
que igualó la nuestra mismo,	
con don Gómez de Cabrera,	
que con la hacienda más rica	
que hubo en Méjico en su tiempo,	
a dar buen fin a su vida,	
de su noble esposa viudo,	
volvió a Madrid con dos hijas.	
Viendo que ya de su edad	
pisaba la postrer línea,	
quiso poner en estado	
dos prendas de amor tan dignas.	
Acordóle de nosotros	
la amistad y la noticia	
de nuestra ilustre nobleza,	
y que los dos en las Indias	
las pedimos por esposas;	
con que escribiendo a Sevilla,	
nuestra patria, nos propuse	
el empleo de sus hijas.	
Ofrecióle a mi ventura	
la mayor, que es Margarita;	
tan bella, que deste modo,	
no por nombre se apellida,	
sino por definición	
de su beldad peregrina.	
Y a don Enrique a Isabel;	
menor, no sé si te diga	
en la edad y en la belleza,	
siendo estotra tan divina;	
que yo, como enamorado,	
te podré alabar la mía,	
más no condenar la otra.	
Ni sabré, aunque se permita;	
porque yo tengo en mis ojos	
una observancia prolija:	
Que a la mujer del amigo	
debe siempre el que la mira,	
cerrar en sus atenciones	
las puertas en que peligra,	
y verla sin elección,	
sin desdén y sin caricia.	
De suerte al conocerla	
sencillamente la vista,	
el respeto solo abra	
la puerta de la noticia.	
Enviónos los retratos	
de las dos, y repetida	
por nosotros la fineza,	
otros dos nuestros envía	
nuestro recíproco amor;	
y en ellas hizo la misma	
impresión que en nuestros ojos	
del pincel la valentía.	
Raro efecto del primor,	
a quien la ausencia acredita,	
o porque al que no se ve	
con más fuerza se imagina,	
o porque le da al retrato	
viveza la ausencia misma;	
pues lo vivo de lo lejos	
hace las sombras más vivas	
murió a este tiempo don Gómez,	
y su muerte hizo precisa,	
sin aguardar prevenciones,	
nuestra dichosa partida.