Cuentos Irracionales

Cuentos Irracionales

Cuentos Irracionales

  • Autor:
    José Luis Martín
  • ISBN:9788499499888
  • Colección:Relatos cortos
  • Categoría:Ficción y temas afines; Ficción: características especiales
  • Temática:Cuentos, Historias cortas
  • Tamaño:150 x 210mm
  • Páginas:334
  • Idioma:Español / Castellano
  • Interior:B&N (Estándar)
  • Editorial:Liber Factory
  • Código de Producto:7387
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  • Formato de este producto: Papel
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Un día, tampoco hace tanto, conduciendo el coche por la autopista, en nada me sorprendió un ligero atasco. Algunos coches que por delante de mí iban, de súbito, los unos se mudaron al carril derecho y los otros lo hicieron al izquierdo y de frente, dos perros. El uno tendido en el suelo, el otro de pie, con la cabeza desafiante, defendiendo ?pronto lo comprendí para raudo frenar- al compañero herido de ser atropellado. Desafiaba con su cabeza para desviar la circulación al tiempo que con sus ojos pedía perdón a cuantos nos interrumpía el paso. Así al menos lo traduje yo
Me impresionó su actitud, no había miedo, para nada podía pensar en una muerte súbita atropellado por la llantas de un vehículo que no les advirtiera o pasara sin respeto alguno por encima de su piel. Y si no era así, más para admirar su comportamiento.
¿Cabe más heroísmo, se puede pedir más amor, fidelidad, desprecio de su propia vida para amparar a la del compañero? Me impresionó aquel perro de color cobre amarillento desafiando al mundo y como yo tantos cuantos pararon a contemplar el ejemplo hasta parar la circulación. Muchos conductores, los más próximos se bajaron de sus coches para auxiliar al pobre can herido. Fue llevado a la clínica veterinaria más cercana, querían salvar aquella vida en trance de perderla.
No, no hubo tal. Murió en el camino, no sin antes haber sentido las caricias de su amigo en la piel del cuello, en la oreja izquierda, la pata con la que le golpeaba el pecho mudo, el ladrido con el que le intentó despertar. Todo fue inútil.
Aquí, en "Cuentos Irracionales" novelé su muerte, en todo momento asombrándome de la fidelidad de su amigo, compuse el cuento que la imaginación me dictó, para ello en nada me salí de la demostración fehaciente demostrada.
Y de esta forma fui dictando a la pluma imaginaria las imágenes que vi, aquellas más impactantes por haberlas visto tan cerca, otras fueron rehechas de lo que me contaron, que le seguí los pasos, para continuar asombrándome de sus maneras, tantas veces ignoradas por los humanos y que sin duda nos hacen envidiar, por sus indudables méritos y bondades desconocidas.
Por todo ello exageré, inventé y soñé con aquello que podíamos esperar de... si, sí, también de un pájaro en vuelo, del perro que come en nuestra mano una vez alcanzado el permiso que le permite hacerlo, del gato sin botas que corre más para saludarte, que lleva casi todo el día solo, que para reclamar la comida, que tiene la tripa vacía, del mono que salta para mirar al mundo desde la perspectiva más alta.
Tanto he llegado a respetarles, a muchos, los próximos a quererles que yo mismo me sorprendo cuando en la calle, en el camino, en el sendero por donde camino, salto de repente para no pisar el reguero de hormigas en su desconocido caminar.
Y ello viene a recordarme que, hace algunos años, cuando aun ni con la escopeta de perdigones podía, que apenas si llegaba a los ocho o nueve años, cuando, sin mucho apuntar, pues casi nada sabia del asunto que llevaba entre manos, hizo la casualidad que abatiera a la paloma que posada en el alambre de un tendedero tomaba el sol.
La maté, atravesó el perdigón el cuello cercenándola el zureo. Cayó como la teja que rota se cae del tejado viejo. La tomé del suelo, la llevé a casa y... y me negué a comer el muslo que frito me ofrecía mi madre. Había empezado la culpa y el arrepentimiento por el acto descrito, este que me atravesaba el alma.
De haber podido hubiera devuelto el perdigón de plomo a la escopeta y así hubiera dejado en paz el canto de la paloma.
Fue éste otro hecho que se repite en mi memoria, acusándome sañudamente del pecado que sin darme cuenta cometí.
Aquí está mi arrepentimiento, el libro que escribo, tantos años después, el pago con el que saldar la deuda contraída, la muerte de la paloma que aún hoy, vuela por mi imaginación.


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